La fotografía en teatro es un reto constante, ya que la luz es cambiante y, con ella, las condiciones técnicas que deben ajustarse de manera casi intuitiva. Los fotógrafos se enfrentan a un escenario vivo y en movimiento, donde cada escena es irrepetible.

No solo deben lidiar con la iluminación que varía en intensidad y color de un segundo a otro, sino también con la necesidad de anticipar lo que sucederá en el escenario, porque los actores, las acciones y los elementos escenográficos se transforman sin previo aviso.

No hay margen para pedir una nueva toma o detener la acción, lo que obliga al fotógrafo a resolver rápidamente cualquier obstáculo visual, como personas o elementos que puedan interponerse en el encuadre.

Así, cada imagen capturada es el resultado de una combinación de técnica, sensibilidad y una capacidad casi instintiva para captar el momento exacto en que la escena alcanza su máximo potencial visual.